
¿Cómo de parecido y cómo de diferente es el COVID de la gripe? En estos largos meses las comparaciones han sido continuas, tanto por quienes enfatizaban las diferencias, como por quienes querían ver sólo las similitudes.
De hecho, las dos enfermedades tienen varias características en común. En ambos casos estamos en presencia de virus respiratorios contagiosos y potencialmente letales. Ambos pueden propagarse a través de aerosoles, gotitas y superficies contaminadas. Y los síntomas son, al menos inicialmente, los mismos: fiebre, tos, dolor de cabeza y fatiga. Tanto es así que en invierno distinguir a los pacientes de Covid de los afectados por la gripe se antoja complicado.
Las consecuencias a largo plazo
Pero, como también recuerda The Guardian, son las diferencias entre las dos patologías las que cuentan. «El coronavirus tiene una mayor capacidad de contagio, se propaga más rápido y, como lamentablemente hemos visto, puede causar enfermedades mucho más graves y provocar consecuencias a largo plazo», subraya Fabrizio Pregliasco, virólogo de la Universidad Estatal de Milán y director médico del Instituto Galeazzi de Milán.
«De hecho, pueden surgir en el 20% de los casos después de la recuperación del propio virus», continúa, y enumera: «diabetes, hipertensión e incluso los problemas neurológicos: desde la falta de coordinación hasta una menor tolerancia al calor. Que el coronavirus involucra al sistema neurológico ya se había visto por síntomas como la falta de gusto y olfato».
Los síntomas «ocultos»
«La mayor contagiosidad del coronavirus también se debe a que los síntomas requieren más tiempo para manifestarse y las personas, sin darse cuenta de estar enfermas, pueden continuar sus vidas durante días con el riesgo de contagiar a otros», agrega Pregliasco», además, el contagio dura más».
«La gripe se contagia desde uno o dos días antes del inicio de los síntomas a cuatro o cinco después. En el caso de Covid, podemos infectar a otros durante todo el tiempo de incubación, cinco días en promedio, y luego mientras sigamos dando positivo, incluso si la mayor contagiosidad ocurre hasta los primeros diez días de la enfermedad».
Apela el experto también al problema de los positivos débiles, que «pueden seguir dando positivo mucho tiempo y no saben si son contagiosos», y de los asintomáticos, «individuos que no presentan síntomas, que puede que ni siquiera sepan que han contraído el virus, pero que pueden transmitirlo».
La diferente «protección»
Otra diferencia: estamos más protegidos de la gripe estacional. «Aunque el virus cambie todos los años, permanece en nosotros un recuerdo biológico de los anteriores que en parte nos protege, así como un recuerdo de las vacunaciones anteriores», explica Pregliasco, «eso explica por qué los 60 millones de italianos no contraen la gripe cada año sino ‘sólo’ entre cuatro y nueve millones. Todo esto, sin embargo, no sucede con el Covid, un virus ‘nuevo'».
El contagio
Una vez más, el análisis de brotes confirma que el valor R de la gripe estacional (el número de personas a las que una persona infectada transmite el virus) tiene un promedio de 1,28. El coronavirus se propaga más fácilmente.
«Para la variante Delta, en aumento en todas partes, el valor R se estima en siete, por lo que en ausencia de vacunas y otras intervenciones, un solo caso provocaría otros siete de media», recuerda Pregliasco, «afortunadamente, a medida que avancen los programas de vacunación el valor R disminuirá, aunque todavía no estamos seguros de cuánto».
Mortalidad
Desafortunadamente, está fuera de toda duda que el coronavirus es más letal que la gripe . «En Italia por gripe estacional se estima que cada año mueren entre 100 y 200 personas por neumonía viral, atribuible a la gripe, y otras 4.000, principalmente ancianos, por causas indirectas», continúa Pregliasco.
«La gripe es como la gota que colma el vaso», afirma, «provoca un empeoramiento fatal de situaciones cardíacas o pulmonares ya comprometidas. En cambio, el coronavirus ha causado en Italia 100.000 muertes en 2020, y la cifra probablemente esté subestimada porque al comienzo de la pandemia no se reconocía la enfermedad, y ya en estos primeros meses de 2021 se han alcanzado los 128.000 fallecidos».
El papel de las vacunas
«La buena noticia, sin embargo, proviene de la diferente eficacia de las vacunas: las vacunas antigripales se consideran válidas si su eficacia alcanza el 50-70% (la diferencia porcentual significativa depende de los tipos de vacunas utilizadas), mientras que las vacunas anti Covid evitan la hospitalización en el 90% de los casos», concluye Pregliasco.
Cómo nos afecta psicológicamente.
De poco sirven las advertencias de las autoridades sanitarias y del colectivo científico. Todo es cuestión de la escala en la que nos movamos.
¿Qué le sucede a nuestro cerebro? ¿Llegamos a un punto de saturación en el que todo vale y el elevado riesgo de contraer la covid-19 que supone saltarse las medidas compensa las necesidades de socialización y disfrute?
Ya sea un problema individual o un comportamiento de grupo lo que prime en nuestro quehacer diario, las terribles consecuencias de poner fin a las restricciones nos abocan a una nueva situación de alarma sanitaria.
Este virus ni se ha extinguido ni el nivel de vacunación al que ha llegado la humanidad es suficiente como para darlo por vencido. Dada la cantidad de información que poseemos, ¿es posible que el nivel de saturación condicione a nuestro cerebro y eludamos las normas básicas de conducta para evitar enfermar?
La influencia del sistema inmunológico de conducta varía de un individuo a otro. No todos se verán afectados en el mismo grado.
«Algunas personas tienen un sistema inmune conductual particularmente sensible que les hace reaccionar con demasiada intensidad a las cosas que interpretan como un posible riesgo de infección», detalla Aarøe.
Según varias investigaciones, esas personas ya eran más respetuosas de las normas sociales y más desconfiadas de los extraños que la persona promedio, y una mayor amenaza de una enfermedad simplemente endurece sus posiciones.
Todavía no tenemos datos concretos sobre las formas en que el brote de coronavirus está cambiando nuestras mentes, pero la teoría del sistema inmunológico de conducta ciertamente sugeriría que es probable.
Yoel Inbar, de la Universidad de Toronto, argumenta que sería un cambio relativamente moderado en la opinión general de la población, en lugar de una gran sacudida en las actitudes sociales.
El especialista encontró evidencia de cambio social durante la epidemia de ébola de 2014, que estuvo muy presente en las noticias internacionales.
En una muestra de más de 200.000 personas, las actitudes implícitas hacia los hombres homosexuales y las lesbianas parecieron disminuir ligeramente durante el brote.
«Fue un experimento natural en el que la gente leía mucho sobre las amenazas de enfermedades, y parecía que cambió un poco las actitudes».
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